DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimado Feligres,

Imagínese este escenario: un extraño se le acerca en la calle y le pregunta: "Si muriera hoy, ¿cómo sabría si te iríasal cielo?" Es una pregunta que provoca a la reflexión. A menudo, si ha asistido a nuestras clases parroquiales de bautismo para padres y padrinos del niño, inmediatamente comenzamos con esa pregunta. Su objetivo es aumentar la curiosidad y el preguntarse sobre el panorama más amplio del significado de la vida. Si muriera hoy, ¿cómo sé que me iré al cielo? Es otra forma de preguntar ¿cómo soy salvado? La respuesta más común que recibo después de más de una década de ministerio como sacerdote, en todas las parroquias en las que he tenido el honor de servir, es ésta: Voy al Cielo porque soy una buena persona.

 Esta respuesta es un comienzo fantástico; Brinda la oportunidad de dar un paso más profundo hacia otra pregunta fascinante: ¿cómo sabemos lo que es bueno? ¿Quién determina lo que está bien y lo que está mal? ¿Quién define los términos? En el 2005, el entonces Cardenal Josef Ratzinger, en vísperas de las elecciones que finalmente lo elegirían Papa, pronunció una famosa homilía a los demás cardenales de todo el mundo reunidos, quienes se ocupaban de esta cuestión fundacional. Dijo: "Nos estamos moviendo hacia una dictadura del relativismo la cual no reconoce nada como seguro y que tiene como objetivo supremo el propio ego y los propios deseos". En otras palabras, vivimos en una cultura que ha perdido el sentido de cualquier verdad objetiva. De hecho, hablar de la verdad es ser etiquetado de fanático o fundamentalista. Este espíritu moderno se puede resumir con la famosa frase: "Lo que es cierto para ti, no lo es para mí". ¿Quién define cuál es el significado de “bueno”? yo lo hago

 Esta tendencia nuestra de ser quienes definen la verdad es en realidad bíblicamente antigua. La primera lectura que escuchamos hoy en la Misa señala dónde sucede todo este desastre: Dios regaña a Adán: ¿Has comido acaso del árbol que te prohibí?» (Cf. Génesis 3:11). Este árbol se describe en los versículos anteriores del mismo capítulo: “La serpiente dijo a la mujer: «No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.» Después de este Pecado Original, el hombre elimina a Dios como norma de verdad objetiva y moral y lo reemplaza por sí mismo. La historia de la humanidad ha ido cojeando desde entonces.

El cardenal Josef Ratzinger nos recordaría en la misma homilía la respuesta cristiana a la espiral de muerte de la humanidad: “Nosotros, sin embargo, tenemos un objetivo diferente: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. Una fe "adulta" no es una fe que sigue las tendencias de la moda y las últimas novedades; una fe adulta madura está profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Es esta amistad la que nos abre a todo lo bueno y nos da un criterio para distinguir lo verdadero de lo falso y el engaño de la verdad”. Ahora volvamos a la pregunta inicial con la que comencé nuestra reflexión: “Si murieras hoy, ¿cómo sabrías si ten iras al cielo?” La única respuesta correcta es Jesucristo. Su sangre ha pagado el precio de mis pecados. Ahora debo vivir mi vida en humilde obediencia a su definición de lo que significa ser bueno.

Su esclavo en Cristo,

Padre Soliven

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