Desde El Escritorio del Párroco

Estimados Feligreses de Santa María,

¡Feliz Año Nuevo!  En este primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico.  Como siempre, al principio del Adviento, escuchamos al profeta Isaías en las lecturas de la Misa. Isaías estaba escribiendo a y para los israelitas, pero sus palabras también tienen significado para nosotros hoy día.  Recordamos la situación de los israelitas. El templo y su nación habían sido destruidos y habían sido exiliados de su país durante 70 largos años. "¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes!", escribe Isaías.  (Is 64:1) Con esta angustiosa oración, es como si Isaías estuviera preguntando: "Señor Dios, ¿por qué nos haces esto?" 

        Isaías y los israelitas anhelaban un Salvador. Se sentían desesperados, indefensos y perdidos.  Una de las lecciones del Adviento es que necesitamos ser salvados. No podemos salvarnos a nosotros mismos. Por lo tanto, necesitamos un Salvador.  Hoy en día, tal vez, tenemos dificultades para relacionarnos con la situación de los israelitas. Vivimos en una cultura que lo tiene todo resuelto. Tendemos a querer hacer que Jesús sea menos que un Salvador. Pensamos en él como lo haríamos con un hombre sabio o gurú. Tal vez, incluso lo tratamos como lo haríamos con una mascota. Es bueno tenerlo cerca para que nos haga compañía, pero nunca nos haría demasiadas exigencias.  Vivimos en una cultura que nos enseña a ser asertivos y autosuficientes. "¿Quién eres tú para decirme cómo comportarme?", decimos. Todo esto es muy poco cristiano. ¿Qué cree el cristiano?   Escucha las palabras de un conocido himno de Adviento: "¡Oh ven!, ¡Oh ven, Emanuel! Libra al cautivo Israel, Que sufre desterrado aquí,..."   Los israelitas se sentían cautivos o secuestrados. Cuando uno es secuestrado, uno solo puede esperar a ser liberado.    Uno necesita ser "rescatado", que es lo que literalmente significa "redimido".  En otras palabras, uno necesita un Redentor o un Salvador. 

        ¿Cómo permitimos que Dios nos salve?  Escuchemos de nuevo a Isaías: Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento".   (Is 64:6) Suena bastante sombrío, pero hay esperanza: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros.".  (Is 64:8) En otras palabras, reconocemos nuestra pecaminosidad y permitimos que Dios nos forme. Para permitir que Dios nos forme, tenemos que reconocer que no tenemos todas las respuestas por nuestra cuenta.  Nos damos cuenta de que necesitamos un Salvador que nos saque de nuestra propia disfunción y pecado.  Sólo entonces, nos ponemos en una posición para permitir que Dios nos forme.  Si estamos espiritualmente vivos, Dios nos puede formar. Si estamos secos y quebradizos, nos rompemos en las manos del Alfarero.

        Otra lección del Adviento es que esta formación en las manos del alfarero lleva tiempo.  No sucede de la noche a la mañana.  Tenemos que ser pacientes.  El Adviento nos enseña a ser pacientes. Como sabemos, es muy difícil vivir el Adviento fielmente en estos días, porque a nuestro alrededor, todo el mundo ya está diciendo que es Navidad.  Pero el Adviento es un tiempo de espera y expectativa.  Esperar requiere paciencia. Esperar algo no es fácil, especialmente en el mundo de hoy.  Queremos cosas al instante, ya sea algo que compramos en línea o alguna información que podamos obtener instantáneamente a través de nuestra tecnología. Estamos impacientes.  Queremos que Dios escuche nuestras oraciones ya y queremos que Él las responda de la manera en que nosotros creemos que debe responderlas.  En última instancia, sin embargo, nuestra impaciencia es el resultado de la Caída, del Pecado Original.  La vida de gracia y fe nos enseña la importancia de la espera. El Papa Francisco dice: "La fe, por su propia naturaleza, exige la renuncia a la posesión inmediata que la vista parecería ofrecer".   (Lumen Fidei, 13) Necesitamos ser pacientes y estar preparados. Eso es lo que nuestro Señor está diciendo en el Evangelio. Cuando uno está realmente preparado, es más fácil ser paciente. 

Este Adviento, estamos en una jornada. De hecho, toda nuestra vida es una jornada. Y en esta jornada de vida, estamos en el exilio hasta llegar a nuestro destino final, el cual es el cielo.  Qué tan bien viajemos en este viaje, ya sea nuestra jornada de Adviento o nuestra jornada de vida, estará determinado por cuánto permitimos que el Alfarero nos forme. Este Adviento, oremos para que Dios, nuestro Salvador, nos salve de toda nuestra pecaminosidad. Oremos para que permitamos que el alfarero nos forme.   Que permitamos pacientemente que Él nos sane de todas nuestras enfermedades espirituales, para que cuando el Niño Jesús venga en Navidad, el don de Dios de paz y alegría pueda resonar en nuestros corazones y vidas.

¡Que tengan un bendito Adviento!  

En Cristo,

Padre Berg

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