DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María:

Cuando creces en un hogar filipino-estadounidense, hay algunas cosas que siempre serán comunes; nos quitamos los zapatos antes de entrar en una casa. Comemos arroz para el desayuno, el almuerzo, la cena e incluso para el postre. Y, sobre todo, la mayoría de nosotros somos bautizados católicos. Si me hubieran preguntado cuando era niño por qué era católico, me habría encogido de hombros, "No lo sé". Probablemente sea la misma razón por la que mi gente come arroz: porque somos filipinos. Es solo algo que se hace. Tal actitud tiene mucho sentido cuando te das cuenta de que Filipinas tiene la población cristiana más grande de toda Asia. El catolicismo ha estado entrelazado con el ADN de nuestra cultura desde que los primeros misioneros españoles trajeron la fe a las islas en 1521. Como todo lo que se transmite de generación en generación, no valoraba mi fe católica. Mientras crecía, siempre asistíamos a la misa dominical. Si alguien me hubiera preguntado si creía en Dios, habría dicho que sí sin pensarlo. Sin embargo, todavía no comprendía el precioso regalo, de lo católico, que mis padres me dieron. ¡Me tomaría dieciocho años antes de que mis ojos se abrieran al poder y la belleza de nuestra fe católica!

  “Ustedes son la sal de la tierra” nos dice Jesús en el Evangelio de hoy. "Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte”. (Cf. Mateo 5, 13-15). Él nos está recordando nuestro alto y noble llamado. Ser cristiano es ser un portador de luz, sacando al mundo de las tinieblas de regreso a nuestro Creador celestial, de regreso a nuestro Padre. Cuando observo nuestra cultura moderna, veo un campo de batalla plagado de corazones y almas rotas, de mis queridos hermanos y hermanas, quienes buscan la felicidad y el gozo infinito en las cosas finitas de este mundo. Sin embargo, nunca se encontrará allí. Está solo en Jesús.
La imagen de "sal" y "luz" que usa a menudo se nos escapa como lectores modernos, pero para la audiencia judía del primer siglo que lo escuchaba, habrían entendido de inmediato su significado complejo. La “sal” está conectada con el Templo Sagrado de Jerusalén, donde los sacerdotes judíos vertían la carne de los animales sacrificados como señal de pureza y sabor para consumir. También se usa para el culto religioso judío como se ve en el Libro de las Crónicas y Números (cf. 2 Crónicas 13:5; véase también Números 18:19). La sal, por lo tanto, se trata de la verdadera adoración y santidad de vida.

  Ser la 'luz', como Jesús nos dice que seamos, también tiene una fuerte relación con el Templo. Los judíos creían que cuando llegara el Fin del Mundo, el Templo sería una fuente de luz milagrosa y continua para todos aquellos que se mantuvieran fieles a Dios. Cada año, durante lo que llamaban la Fiesta de los Tabernáculos, los judíos encendían enormes velas durante las 24 horas del día. Estas prácticas de sal y luz, eran sólo una práctica desempeñada por la verdadera sal y la verdadera luz. Es Cristo. Nosotros los cristianos estamos llamados a participar de su poder. ¿Ven ahora por qué debemos aprovechar y vivir plenamente nuestra fe católica? El mundo necesita cristianos santos. Sin nosotros, todo sería aburrido y triste.

Un Siervo de Jesucristo,

Brian J. Soliven

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