Desde el Escritorio del Párroco

Estimados feligreses de Santa María:

Mi último fin de semana en Santa María coincide con el 24 aniversario de mi ordenación sacerdotal (26 de junio de 1998). Al reflexionar en los últimos 24 años, mi sentimiento abrumador es de gratitud. Me siento agradecido de que Dios me haya llamado a ser sacerdote y que me haya dado la oportunidad de servir como sacerdote en diferentes maneras. Estoy agradecido de que Dios me haya dado la oportunidad de completar mis estudios de doctorado en Roma los primeros dos años de sacerdocio. Estoy agradecido por haber servido como vicario parroquial durante un año y medio y por los dos períodos que trabajé en la Oficina del Obispo. Me encantó el tiempo que pasé en Chico como capellán del Newman Center y párroco de la Parroquia San Juan Bautista. Y aprecio mucho los últimos seis años que he servido en la Parroquia de Santa María.

Es difícil para mí articular todas las bendiciones que he recibido de ustedes durante este tiempo. Y dudo en poner en palabras mi agradecimiento porque estoy seguro que cualquier cosa que escriba no expresaría adecuadamente los dones que he recibido. ¡Pero lo intentaré! Sin duda, una de las maravillosas bendiciones del sacerdocio en una parroquia es el don de celebrar los sacramentos, día tras día. Cuando los sacerdotes celebramos las Misas diarias y dominicales, nos anima la fidelidad de los feligreses. Sin duda, esa ha sido mi experiencia en Santa María.  Aunque fue desalentador para muchos de ustedes soportar la suspensión de la celebración de las Misas presenciales durante casi tres meses en la primavera de 2020, aún así visitaron a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento durante esos meses y asistieron con entusiasmo a nuestras Misas que se celebraron al aire libre durante todo el verano de 2020. A veces hacía calor. Otras veces hacía frío. Incluso llovió en algunas ocasiones. ¡Pero seguían asistiendo! Fue un ejemplo maravilloso y una gran motivación para el Padre Steven y para mí. Con respecto a los otros sacramentos, es cierto que, a veces, escuchar confesiones puede ser un reto para nosotros como sacerdotes. Aún así, es muy edificante experimentar a un feligrés fiel que desea “decir todo” y recibir humildemente la misericordia de Dios. Bautismos, bodas, primeras comuniones, confirmaciones y funerales son ocasiones llenas de alegría y, en el caso de los funerales, de emociones dolorosas. Es un gran honor y privilegio para nosotros los sacerdotes ser invitados a participar en estas ocasiones de gracia.

Sin embargo, me doy cuenta de que, ultimadamente, no se trata realmente de ustedes o de mí. No, se trata de que Jesucristo vive en nosotros y trabaja a través de nosotros. En su despedida el verano pasado, el Padre Steven señaló que, si reconocemos la bondad y la santidad en cada uno de nosotros y nos regocijamos en ello, nos regocijamos porque reconocemos a Cristo en cada uno de nosotros. Nuestro Señor Jesucristo, el Buen Pastor e Hijo del Padre, que nació de María, vivió entre nosotros, murió por nosotros, resucitó de entre los muertos y ascendió al Padre, nos da alegría porque sabemos que nos ama sin límites y haría cualquier cosa para ayudarnos a llegar a esa conclusión. Jesús nos recuerda que nuestra jornada juntos en este mundo es para prepararnos para estar juntos con Él en el cielo. Reflexionar sobre nuestro destino final nos trae alegría. Y estar entre otros fieles que también se preparan para el cielo da alegría. Ser testigo del amor que cada uno de ustedes tiene por Jesús, los sacramentos, la Iglesia y sus enseñanzas, será un recuerdo que quedará grabado en mi corazón por mucho tiempo. Gracias feligreses de la Parroquia de Santa María por su fidelidad y gracias por todo lo que Cristo me ha dado a través de ustedes durante estos últimos seis años. Finalmente, como he dicho antes, esto no es una despedida, sino un “hasta luego”. Y espero verlos pronto. ¡Que tengan una bendecida semana!

 En Jesús, María y José

Padre Berg

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