DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

Nuestra relación con Dios requiere energía y un tremendo esfuerzo. Como criaturas caídas y finitas, tenemos una cantidad limitada de fortaleza requerida para esforzarnos por Dios. En un momento dramático, la gran mística española del siglo XVI exclamó: “¡Ay, ¡qué doloroso es para un alma que se encuentra en esta etapa tener que volver a ocuparse de todo, contemplar y ver este rostro de esta tan mal armonizada vida, perder el tiempo en atender las necesidades del cuerpo, dormir y comer! Todo lo cansa; no sabe huir; se ve apresado y encadenado.” Nuestro apego al mundo puede consumir el vigor espiritual vital, que de otro modo podría usarse más en cosas que nos lleven a profundizar nuestro deseo por Él. Experimentó de primera mano cómo Teresa avanzaba en su vida de oración. Notó que a medida que su “oración aumentaba” se estaba gestando una feroz batalla que describió como “un gran bien o un terrible mal”. Tratando de fortalecer su resolución, trató de purgar todos los malos pensamientos y la ocasión cercana del pecado. Comprendido que sus apegos al mundo serían motivo de consternación: “Resuelta a luchar por esta pureza de conciencia y suplicando al Señor que me ayudara, vi, después de intentarlo algunos días, que mi alma no tenía fuerzas para llegar a tal perfección solo por algunos apegos que, aunque en sí mismos no eran malos, bastaban para estropearlo todo.”

Una vez que una persona corta todos los lazos con las cosas desordenadas de este mundo, el alma ahora está preparada para crecer en su deseo por Dios y “(estar) ardiendo con un amor ardiente por Dios”. Dios ahora tiene rienda libre en su alma y puede atraerlo más íntimamente a la comunión con Él, libre de todas las demás distracciones finitas “porque no hay impedimento externo, el alma está sola con su Dios; está bien preparada para el alumbramiento.” Dios, por así decirlo, tiene toda la atención del alma. Una vez que se alcanza este punto, el alma aborrece cualquier separación del amado y evita el pecado, el cual puede romper la comunión con Dios. En este estado de gracia, todo lo que la persona hace en su vida, “cuando se practica con conciencia pura, tal desprendimiento debe ser lo que más une el alma a Dios. No hace falta señalar esto porque si el desapego es verdadero me parece imposible que se ofenda al Señor.”

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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