DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María:

El Evangelio de este domingo, es la conclusión notable de lo que comenzó hace tres semanas. Si recordamos, Jesús envió a los Doce discípulos con autoridad divina “Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus malos…. Fueron, pues, a predicar, invitando a la conversión. Expulsaban a muchos espíritus malos y sanaban a numerosos enfermos, ungiéndoles con aceite”. (Cf. Marcos 6,7-13). Los Doce regresan después de esta misión y cuentan los resultados milagrosos: la gente confesaba sus pecados, los demonios eran expulsados ​​y, sorprendentemente, las enfermedades se curaban. A medida que se corría la voz sobre su poder, no es sorprendente que una gran multitud comience a seguirlos. Quieren más. Como relatamos en la lectura del domingo pasado: “Jesús les dijo: «Vámonos aparte, a un lugar retirado, y descansarán un poco. Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba tiempo ni para comer”. (Cf. Marcos 6:31). Cuando Nuestro Señor vio la multitud desesperada, se dijo que su corazón estaba traspasado “y sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas sin pastor…”. (Cf. Marcos 6:34).

 Como cristianos de hoy en día, nos esforzamos por asistir a la Misa dominical como parte de nuestras vidas. ¿Por qué? Porque somos como la multitud. Como ellos, vemos algo en Jesús que es absolutamente atractivo, convincente e imposible de ignorar. Él es la llama radiante e iluminante en la fría y húmeda oscuridad. Somos como la palomilla que se agita, revoloteando desventuradamente en el viento, obligados y atraídos por esta luz ardiente. Por eso, para fin de que el cristiano sea completamente cautivado por Cristo, primero debe comenzar por reconocer esta hambre en lo profundo de su alma. El catolicismo en esencia es una religión para gente hambrienta. Nos deleitamos con las delicias de este mundo y aun así salimos de la mesa hambrientos y con necesidad de más. Una vez que nos damos cuenta de que el hambre del espíritu es diferente e indomable por cualquier cosa que el mundo nos pueda ofrecer, estamos listos para buscar la respuesta en Jesús.

 Las grandes multitudes están listas para Jesús. Han venido de todas partes buscando a aquel de quien habían escuchado, había curado a los enfermos. Lo vieron a él y a sus seguidores expulsar los demonios de sus seres queridos. Y más aún, sus palabras y enseñanzas calman el alma como nada más lo hace. Las multitudes pueden probar una pequeña muestra de lo que ofrece el cristianismo. Este pequeño bocado de verdad, sacia su hambre mucho más que todas las riquezas mundanas juntas. Quieren más. ¡Queremos más! Se nos dice este domingo en el Evangelio que esta multitud hambrienta aumentó a más de 5,000. “Le seguía un enorme gentío, a causa de las señales milagrosas que le veían hacer en los enfermos…”. (Cf. Juan 6:2). Lo que suceda a continuación será uno de los milagros más memorables que nuestro precioso Señor jamás realizará. Es el único milagro de Jesús relatado en los cuatro evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Ningún otro milagro dejó una impresión tan duradera. Jesús toma los “cinco panes de cebada y los dos peces”, ora por ellos y alaba y da gracias al Padre Celestial. De repente, los panes y los peces se multiplican y la inmensa multitud desesperada es alimentada. Como si este milagro no fuera lo suficientemente sorprendente, Jesús todavía tiene otro milagro reservado para nosotros. La alimentación con panes y peces es sólo una preparación para algo aún más magnífico. Todo esto apunta al regalo más grande que nos dará en la Última Cena, donde finalmente se entregará el Verdadero Pan del Cielo. Jesús nos dará su mismo Cuerpo y Sangre para deleitarnos. Y este “pan” milagroso está disponible en cada Santa Misa.

Un Siervo de Jesucristo,

Padre Brian Soliven

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