DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

Algo realmente sorprendente ha estado sucediendo en las últimas dos semanas. A pesar de que he sido sacerdote por más de diez años, gracias a Dios, nunca había visto algo así. Uno tras otro, casi como una línea de montaje sagrada, la gente viene a confesarse después de décadas de estar alejados de la Iglesia. Hijos e hijas de Dios vienen al confesionario pequeño, alfombrado y mal ventilado que tenemos en la parroquia de Santa María, después de veinte, treinta, cuarenta y más de sesenta años de vivir en oscuridad espiritual. Es la cantidad constante de gente que viene es impactante. Es como si un día se hayan juntado todos y decidieran venir a la misma hora. Si recientemente ha tenido que esperar en la fila para confesarse durante mucho tiempo, permítame aprovechar esta oportunidad para disculparme por cualquier inconveniente. Cuando estas almas regresan a Cristo, un sacerdote sabe tomarse su tiempo y escuchar atentamente mientras revelan los secretos más profundos y vergonzosos de sus vidas.

Este influjo de personas que regresan a la práctica de su fe católica a través del confesionario, está revelando un hecho obvio y glorioso: ¡el Espíritu Santo está trabajando! Es a través del poder del Espíritu Santo que está moviendo los corazones de hombres y mujeres para que vuelvan al Dios que es todo misericordia y todo amor. Este día, la Iglesia celebra el momento en que Jesucristo nos envía este Espíritu como escuchamos en las lecturas bíblicas: “Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos…. sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.» (cf. Juan 20, 19-23). Este mismo Espíritu Santo nos fue dado cuando fuimos bautizados; para la mayoría de nosotros, fue cuando éramos bebés. Luego, cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación, los dones del poderoso Espíritu Santo que transformó a los discípulos cobardes y temerosos en guerreros de Cristo, de repente fueron a proclamar audazmente a Jesucristo en un mundo incrédulo. Tú y yo tenemos el mismo Espíritu, ahora mismo, pulsando a través de nuestros propios cuerpos y almas.

Sin embargo, a pesar de este gran regalo del cielo, podemos desviarnos de Dios y vivir abajo. Estos volubles corazones nuestros pueden estar extasiados, con lo que San Juan llamó, “Pues toda la corriente del mundo, -la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los ricos-, nada viene del Padre, sino del mundo” (Cf. 1 Juan 2:16). Independientemente de cuán bajo hayamos caído, la gran verdad de nuestra Fe es que ningún pecado es tan grande como para eclipsar el amor de nuestro Padre Celestial. Ya no tenemos que llevar la carga de la vergüenza de nuestros errores pasados. Si has estado alejado de la práctica de tu fe, o piensas que tus pecados son demasiado feos para Dios, ven a ese pequeño confesionario mal ventilado y alfombrado en Santa María. Experimentarás el Evangelio en acción viva, “A quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados.…” (cf. Juan 20:23). Solo les pido que disculpen las largas filas.

Un Esclavo de Jesucristo, Padre Brian J. Soliven

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