DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa Maria:

La foto de portada del boletín de este domingo fue tomada en el verano de 2008 durante una peregrinación a Tierra Santa. Acababa de terminar mi tercer año en el seminario cuando la escuela se ofreció a llevarnos a un grupo a ver los lugares precisos  donde Jesús caminó y vivió. A menudo, cuando leemos las historias de la Biblia, los lugares que se mencionan pueden parecernos completamente extraños y misteriosos, especialmente con nombres como “Zubulan y Neftali”. No parecen reales. En el momento en que aterrizamos todo cambió. ¡La Biblia cobró vida! Como escuchamos en el Evangelio de hoy, dice que Jesús dejó su pequeño pueblo de Nazaret en la región montañosa para vivir junto al Mar de Galilea. ¿Cómo se mira, podemos preguntarnos? Sorprendentemente, el mar de Galilea me recordó mucho a Lake Tahoe, sin todos los árboles, las mansiones de millones de dólares y los turistas. Parecía extenderse hasta donde alcanzaba la vista. Lo que más me impactó fue lo tranquilo y silencioso que era. Mientras estaba allí parado con los otros seminaristas, todos debimos estar pensado lo mismo - este es el lugar donde Jesús llamó a los primeros sacerdotes. El Evangelio nos cuenta cómo sucedió: “Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés. Estaban lanzando la red para pescar en el lago, pues eran pescadores. … Yendo más adelante, vio a otros dos hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo.”. (Cf. Mateo 4,18-22). Como futuros sacerdotes, 2000 años después, el poder de ese momento no se nos escapó. Aquí fue donde todo comenzó. Continuamos la misma misión del Padre Pedro, Padre Andrés, Padre Santiago, y el Padre Juan.

No es casualidad que Jesús comience aquí junto al mar. Para el judío del primer siglo al escuchar que Jesús comenzó a llamar a sus discípulos en aquella tierra de “Zabulón y Neftalí”, su corazón habría sido traspasado. Zabulón y Neftalí fueron las dos primeras tribus del norte del Reino de Israel que fueron destruidas por el Imperio Asirio, 700 años antes. Se perdieron y nunca más se supo de ellos. Imagínese si tuviera un familiar que haiga sido secuestrado o asesinado, esa es la emoción que Jesús está invocando al comenzar aquí. Sin embargo, a pesar de esto, hay alegría y felicidad aquí. Ese mismo oyente de Jesús del primer siglo también habría reconocido que la profecía en el Libro de Ezequiel finalmente se está cumpliendo: “He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad (Cf. Ezequiel 34,11-13).

 ¡Dios nunca nos olvida! Escuche eso nuevamente, Dios nunca se olvidó de las tribus perdidas de Israel, a pesar de que le fueron infieles. Dios nunca nos olvida, a pesar de que hacemos cosas horribles y caemos en pecado una y otra vez. Él siempre está esperando para perdonarnos. Dios nunca nos olvida ni en nuestros momentos más oscuros. Jesús comienza su misión precisamente aquí, junto al mar, para anunciar al mundo que Dios se ha hecho carne para traer de vuelta a casa a su familia. Pedro, Andrés, Santiago y Juan ahora se unirán a su misión y se convertirán en "pescadores de hombres".

Un Siervo de Jesucristo,

Brian J. Soliven

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