Desde El Escritoriodel Párroco

Estimados Feligreses:

Pocas enseñanzas del cristianismo son más raras que la Resurrección de los muertos. Sostenemos que al final del mundo, cuando Jesús finalmente regrese triunfalmente durante la Segunda Venida, los cuerpos de los difuntos serán resucitados y reunidos con sus almas. En otras palabras, ¡recuperamos nuestros cuerpos! ¿Puede ser que se esté rascando la cabeza con desconcierto? En nuestros días es común pensar que la meta de nuestras almas es liberarse y volverse “como los ángeles”. No así en la escatología (el estudio sistemático de las últimas cosas, tales como, la muerte, el juicio, el cielo y el infierno). Nos hacemos completos de nuevo, cuerpo y alma. Sin embargo, algo ha cambiado. Simplemente no volvemos a nuestro antiguo estado de ser. Las pocas pistas que tenemos en la Sagrada Escritura son del mismo Cristo. Podemos ver en los Evangelios que después de que Jesús resucitó de entre los muertos, está realmente presente corporalmente, no solamente en sentido espiritual. Santo Tomás dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos y meto mi mano en su costado, no creeré.” (Juan 20:25). Nuestro Señor aparece en los siguientes versículos y le dice: “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; y acerca acá tu manoponla en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

 En otros casos, se ve a Jesús comiendo pescado después de resucitar de entre los muertos en Lucas 24:41-43. Al mismo tiempo, parecería que este nuevo cuerpo suyo ya no está limitado por el espacio y el tiempo como lo estamos nosotros. En Juan 20:19 se desarrolla una escena dramática: “al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando las puertas cerradas donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos, vino Jesús, y se puso en medio y les dijo: ¡La Paz a vosotros!”. Jesús aparece de la nada, a pesar de estar encerrado en una habitación segura. Por otra parte, durante el famoso encuentro con Jesús en el Camino a Emaús en Lucas 24:13-45, nuestro Señor se desvanece repentinamente ante los ojos de los dos discípulos. Todos estos ejemplos revelan que nuestro nuevo cuerpo resucitado es radicalmente diferente y, sin embargo, reconocible. En teología, llamamos a este nuevo estado de ser, un “cuerpo espiritualizado”.

 A pesar de la rareza de esta enseñanza que Nuestro Señor enseña claramente en el Evangelio de este domingo, me atrevo a decir que intuitivamente deseamos un nuevo cuerpo “resucitado”. Todos entendemos de alguna manera las fallas de los cuerpos que tenemos ahora, que están devastados por la enfermedad, el cáncer, el dolor y el ataque lento e implacable de la edad. Gastamos miles de millones de dólares en productos de belleza y cirugías para lograr el siempre evasivo "cuerpo perfecto". Independientemente de si somos bendecidos con la buena apariencia de un/a supermodelo o el físico de un atleta olímpico, nuestros cuerpos eventualmente nos traicionarán. La doctrina cristiana de la resurrección, aunque rara, es la esperanza de todos nosotros.

In Christ,

Fr. Brian J. Soliven

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