ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María:

Cuando el artista renacentista Raphael entró y miro el techo recién pintado de la Capilla Sixtina en la Ciudad del Vaticano, se quedó sin aliento. Miguel Ángel había creado una obra maestra del genio humano a través del trazo de un pincel. Nunca antes el hombre había creado tan asombrante belleza a tan gran escala. Raphael estaba completamente asombrado, se sentía avergonzado por su propia pintura que acababa de terminar en lo que ahora se encuentra en el Museo del Vaticano. Sin embargo, Raphael no se quedó atrás. Podría decirse que es uno de los mejores pintores de todos los tiempos. Miguel Ángel era un fenómeno de la naturaleza. Lo que estos artistas del Renacimiento se esforzaron por hacer fue captar la belleza de la enseñanza católica a través de pintura y piedra esculpida. Ellos buscaron la forma de traer verdades espirituales a los sentidos de nuestros ojos, tacto, olfato y oídos. Querían seguir la lógica de la propia Encarnación de Jesús, donde el Dios invisible tomó nuestra carne humana, para que lo pudiéramos ver.

En abril de 1520, Raphael ya en su lecho de muerte. Sabía que el final de su vida estaba cerca. Es aquí en el momento en que la enseñanza cristiana sobre la vida después de la muerte pasa a primer plano en la mente de uno. Seamos honestos, la muerte puede ser aterradora. Es lo gran desconocido. Para Raphael, el mismo miedo debe haberlo golpeado hasta los huesos mientras yacía en esa cama esperando el sueño final. Fue entonces cuando pidió uno de los cuadros que había pintado unos años antes y que lo llevaran a su habitación. De todos los cuadros que pintó a lo largo de su carrera, pidió en concreto el que lleva por título “La Transfiguración”. Representa la famosa escena que escucharemos en el Evangelio de este domingo: “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve.”. (Cf. Mateo 17,1-2)
Aquí, en este momento, Jesús les quita el velo de sus ojos y les revela su verdadera identidad. Jesús es verdaderamente Dios en la carne. Si Jesús es verdaderamente Dios, entonces, de repente, cada palabra que sale de su boca debe tomarse seriamente. No podemos ignorar sus palabras simplemente porque son inconvenientes para que las escuchemos. Si Jesús es verdaderamente Dios, debo seguirlo fielmente en todos sus mandamientos, pues nos dice directamente en el Evangelio de Juan: "Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos… El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama…El que no me ama no guarda mis palabras…Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él” (Cf. Juan 14, 15-24). Quiero estar con Jesús para siempre. ¿Cómo puede algo más compararse con él? ¿Por qué elegiría otra cosa?
Si Jesús es en verdad Dios, entonces sé que estoy hecho para la vida eterna en el Cielo. La vida es corta aquí y se acaba en un destello de luz, incluso si vivo hasta los 100 años. Mi corazón debe pertenecerle a él, no a los deseos de la carne, los deseos de los ojos o el orgullo propio en nuestra vida. Si tomo en serio la divinidad de Jesús, debo recordar esto todos los días, de lo contrario, me distraeré fácilmente con el mundo. Raphael, el gran artista, lo sabía. Por eso quería que ese cuadro en su habitación fuera lo último que vieran sus ojos terrenales.

 Un Siervo de Jesucristo,

Brian J. Soliven

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