DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa Maria:

Una de las figuras destacadas de la tradición mística y contemplativa cristiana es la extraordinaria monja española del siglo XVI de Ávila, España: Santa Teresa de Jesús. Altamente dotada “tanto natural como sobrenaturalmente”, sus extensos escritos cubren la notable lucha del esfuerzo cristiano hacia la unión con Dios. “Sus escritos”, dice la autora Julienne McLean, “revelan una honestidad e intimidad poderosa y penetrante, una integridad completa, un pragmatismo y una compasión esenciales, pero, sobre todo, una humanidad profunda que apenas ha sido superada en todo el corpus de la literatura mística cristiana.”

Sin embargo, su caminar con Jesús comenzó como lo hace para muchos de nosotros. Su apego a sus pecados y a las tentaciones del mundo actuaron como anclas encadenadas a sus piernas, impidiéndole avanzar en su vida espiritual. Luchó para servir a “dos amos”, como lo dice el lenguaje del Evangelio de este domingo. Santa Teresa escribe:

Llevaba una vida sumamente pesada, porque en la oración comprendía más claramente mis faltas. Por un lado, Dios estaba llamando; por otro lado, yo estaba siguiendo el mundo. Todas las cosas de Dios me hacían feliz; las cosas del mundo me tenían atada. Parece que deseaba armonizar estos dos contrarios, tan enemigos entre sí... En la oración tenía grandes problemas, porque mi espíritu no proseguía como amo, sino como esclavo. Y así no podía enfocarme en mí misma (que era toda forma de proceder en la oración); en cambio, me enfocaba en mi interior, mil vanidades.

 Durante casi veinte años, luchó en su atolladero de vanidad. Era descuidada con respecto al pecado, especialmente se entregaba a chismes con las personas que la visitaban en el convento. Su apego a sus pecados veniales y otros placeres mundanos impedían que para Teresa aumentara su deseo de Dios. En muchos sentidos, ella era como el hombre rico que le preguntó a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Lucas 18:18). La respuesta sacudió hasta la médula al hombre honesto y sincero. Se esforzó por seguir la voluntad de Dios guardando los mandamientos, pero fracasó donde más importaba, es decir, en su corazón. Simplemente no podía entregarse completamente al Señor. “¡Qué difícil es”, dijo Jesús, “para los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios!” El hombre rico, como Santa Teresa, simplemente no podía dejar el mundo.

En un acto puro del don de Dios, a la futura santa se le concedió la gracia de desligarse de los asuntos mundanos. Si continuaba dándole a Jesús la mitad de su corazón, estaría a deriva del abismo de la mediocridad espiritual. Por esa razón, exhortó a sus compañeras monjas en el convento a desarraigar todas las distracciones mundanas en su libro El Camino a la Perfección:

El punto es que debemos entregarnos a Él con toda determinación, y debemos vaciar el alma de tal manera que Él pueda almacenar cosas allí o quitarlas como si fueran de Su propiedad. Y como Su Majestad tiene los derechos de propiedad, no nos opongamos. Y como no fuerza nuestra voluntad, toma lo que le damos; pero Él no se da completamente hasta que nosotros nos damos completamente.

En Cristo,

Padre Brian J. Soliven

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