DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María:

En el pasaje del evangelio de este domingo, los discípulos regresan a Jesús después de su misión. Es la continuación de lo que comenzó en la lectura del domingo pasado cuando Nuestro Señor los envía “de dos en dos”. “Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus malos…Fueron, pues, a predicar, invitando a la conversión. Expulsaban a muchos espíritus malos y sanaban a numerosos enfermos, ungiéndoles con aceite.” (Cf. Marcos 6, 7,12-13). Hagamos una pausa aquí por un momento y miremos el problema en el cual Jesús se está enfocando. Dio a sus discípulos autoridad sobre el dolor más profundo de la gente. Predicaban el “arrepentimiento”, es decir, sacar a la superficie los mayores errores de vuestras vidas. Enfrentarse a su peor vergüenza. Todos hemos hecho cosas horribles de las que realmente nos arrepentimos y las afrontamos de una u otra manera; los enterramos, los escondemos, hacemos como que no están ahí. ¿O tal vez incluso tomamos la botella de licor más cercana para aliviar el dolor, al menos por un tiempo? Los discípulos van allí a esa oscuridad.

También expulsan a los demonios del pueblo. Los demonios, estos ángeles caídos y rebeldes que odian a la humanidad, son nuestros verdaderos enemigos en esta vida. Nos acechan constantemente, nos tientan a unirnos a su rebelión contra Dios, alejándonos de la gloria que Dios quiere para nosotros. San Pablo nos recuerda: “Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba.”. (Cf. Efesios 6:12). Los Discípulos tienen el poder de luchar contra este enemigo por nosotros. No estamos solos.

Y finalmente, a los Doce se les da el poder sobrenatural de curar las enfermedades que nos golpean. Todos lidiamos con el dolor físico, tarde o temprano, a medida que envejecemos, o vemos a nuestro ser querido sucumbirse en alguna enfermedad. Es el final inevitable al que nos enfrentamos todos, independientemente de cuánto intentemos hacer ejercicio o comer bien. Recordamos esta realidad cada vez que nos miramos al espejo y notamos una nueva cana o una nueva arruga en nuestro rostro. Peor aún, cuando escuchamos el diagnóstico terminal del médico. En toda esta ansiedad, los Doce van precisamente allí y sanan milagrosamente. Jesús quiere entrar en nuestra oscuridad, nuestra ansiedad, nuestra aflicción.

Ahora volvamos al pasaje de este domingo. El resultado de la misión es un éxito que supera sus expectativas más descabelladas. Los discípulos regresan llenos de emoción. Sin embargo, se nos dice, Jesús no iguala su entusiasmo. No le sorprende en lo más mínimo los resultados. Después de todo, fue su autoridad que les dio para que realizaran todos estos actos asombrosos. Lo único que hace Jesús es decirles: “Vámonos aparte, a un lugar retirado, y descansarán un poco.” (Cf. Marcos 6,30-31). Jesús redirige su atención al meollo del asunto. Todo lo que hagamos debe centrarse en Jesucristo. Él y sólo Él, es la única respuesta. Sólo Él es suficiente para nosotros.

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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