DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

En el corazón de Estados Unidos, donde los tractores superan en número a las personas, un monasterio surge en medio del horizonte de colinas y campos de trigo, luciendo completamente fuera de lugar. Es como si uno de los ángeles de Dios lo hubiera sacado de una ciudad medieval francesa y lo dejara en la granja de alguien. Se llama Gower, Missouri, una ciudad pueblerina de la que probablemente nunca han oído hablar. Está a 40 millas de Kansas City. Dentro de sus muros de piedra hay un grupo de jóvenes monjas, ocupada hasta casi su máxima capacidad en su recién construida capilla de las Hermanas Benedictinas de María, Reina de los Apóstoles (Benedictine Sisters of Mary, Queen of Apostles). Si entran en medio de la Santa Misa o durante uno de sus servicios de oración diaria, el tiempo mismo parece fusionarse sin esfuerzo con los ecos armoniosos de sus antiguos cantos en latín. Si no fuera por la iluminación moderna que cuelga del techo, olvidarían que estamos en el siglo XXI. En este lugar tranquilo de soledad y oración, miles y miles de personas lo están inundando en este mismo momento. En el último conteo, 15 mil personas llegaron en solo unos días. Vienen más de todo el país e incluso de todo el mundo.

Vienen a ver a una monja sencilla y anciana llamada Sor Wilhelmina Lancaster. ¿Qué tiene eso de especial, se estarán preguntando? Ella ha estado muerta por más de 4 años. La semana pasada exhumaron su cuerpo del cementerio del monasterio para trasladar sus restos al interior de la iglesia donde prepararon una tumba especial. Para sorpresa de todos, su cuerpo no mostraba signos de descomposición. Era como si acabara de morir ayer. No se había hecho ningún embalsamamiento; no se utilizaron medios artificiales de conservación. Fue un shock total. Las monjas trataron de mantenerlo en secreto, pero la noticia comenzó a correr como los incendios en California. De demostrarse que es un auténtico milagro, la Hna. Wilhelmina sería la primera santa incorruptible en la historia de los Estados Unidos. Pero ella no sería la primera en la historia de la Iglesia. Cuerpos incorruptibles de santos han sucedido antes en nuestra larga historia. Se uniría a una lista de santos notables, como San Padre Pío en Italia, San Juan Vianney de Francia y Santa Rosa de Lima, Perú. Estos santos fenomenales y sus cuerpos milagrosos pueden sonar extraño y raro para nuestros oídos modernos, pero si lo piensan bien, para el cristiano, la muerte no es natural. La muerte es en realidad extraña y rara. ¿Quizás por eso duele tanto cuando mueren nuestros seres queridos?

Al principio no fue así. Como leemos en el Libro del Génesis, Dios nos creó a su “imagen y semejanza” (cf. Génesis 1:27). Formó a Adán del polvo de la tierra y le “sopló” vida. La humanidad estaba destinada a vivir por la eternidad con Dios. Lamentablemente, Adán y Eva desobedecieron a Dios; el pecado y toda su miseria se precipitan sobre el mundo como un maremoto. Nuestros cuerpos ahora se corrompen. Nos volvemos marchitamente viejos, arrugados y débiles. El sufrimiento y el dolor que todos experimentamos en esta vida nunca tuvieron la intención de ser. Ahora entren en la gloria de Jesucristo. Nuestro Señor viene al mundo para restaurar nuestra eternidad. Él toma estos cuerpos nuestros rotos y los une a sí mismo y los lleva hasta el Calvario, montándolos en el madero de la cruz. Él paga el precio del pecado de Adán a través de su propio cuerpo y sangre, restaurándonos así en el proceso. Tú y yo tenemos la oportunidad de entrar en la eternidad del Cielo en cada Misa. Es aquí que Cristo nos ofrece “comer su cuerpo y beber su sangre”. ¡La Eucaristía no es simbólica! Es verdaderamente Él. Las otras iglesias que dicen que es meramente un símbolo o sin importancia están gravemente equivocadas. ¡Se están perdiendo el Cielo mismo! Porque nuestro mismo Señor nos lo dice claramente: “En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” (Cf. Juan 6, 53-56)

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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