DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

La muerte tiene una forma impactante de agudizar nuestros sentidos a lo que realmente es importa en esta vida. Corta profundamente como una espada de samurái, a través de las capas de distracciones y desorden que componen nuestras vidas. Mientras Raffaello Sanzio da Urbino, el famoso pintor renacentista italiano (en español, simplemente lo llamaremos Rafael) yacía en su lecho de muerte, hizo una petición inusual. Pidió que le llevaran una de sus pinturas a su habitación y la pusieran a los pies de su cama. Quería contemplarlo mientras la propia muerte se acercaba más y más a él. Este cuadro se llama La Transfiguración el cual el creó a pedido del cardenal Giulio de Medici, quien más tarde se convertiría en el Papa Clemente VII (1523-1534). Pueden ver una foto de esta pintura en la portada del boletín. Representa un relato famoso en los Evangelios, que escuchamos este domingo: “Por aquel tiempo se presentó Juan Bautista y empezó a predicar en el desierto de Judea; éste era su mensaje: «Renuncien a su mal camino, porque el Reino de los Cielos está cerca.» .Es a Juan a quien se refería el profeta Isaías cuando decía: Una voz grita en el desierto: Preparen un camino al Señor; hagan sus senderos rectos.”. (Cf. Mateo 17, 1-3).

En este instante se revela la verdadera identidad de Jesús. Él es Dios en carne. Se elimina toda duda. Debemos preguntarnos, “¿Por qué Rafael pidió que esta pintura en específico fuera lo último que quería ver en la tierra?” La respuesta es el otro aspecto que también trae la muerte: lo desconocido. Y con lo desconocido, viene el miedo. Aunque como cristianos tenemos la firme esperanza de que la muerte ya no es el final, todavía podemos llevar una tremenda ansiedad cuando ese final finalmente llegue para nosotros. Tememos el dolor físico que puede venir. Tenemos miedo de lo que va a pasar con nuestra familia. Tememos el dolor de la pérdida. Tememos no volver a ver a nuestros seres queridos. Rafael, sin duda, sintió el peso de todo.

Al mirar la pintura de la Transfiguración, recordó quién es Jesucristo en verdad. Si Jesús es Dios, tiene poder incluso sobre la misma muerte. Su propia muerte en la cruz destruye a nuestro mayor enemigo. Las palabras de Jesús debieron resonar en su corazón:

«No se turben; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino.» Entonces Tomás le dijo: «Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?» Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto.» (Cf. Juan14: 1-7)

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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