DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

¿Cómo queremos ser recordados cuando muramos? Cuando finalmente llegue nuestro fin, las palabras que la gente dirá sobre nosotros serán nuestro legado. Las historias que la gente contará sobre nosotros serán un testimonio de cómo vivimos. ¿Qué dirán? El fue amable. Era un padre amoroso. Sacrificó su vida por el bien de la familia. ¿Era una persona de profundo amor por Jesucristo? Era un cristiano fiel. San Pablo, en la segunda lectura de la Misa de hoy, habla del corazón del asunto. “Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.” (Cf. Romanos 14:7-8).

Él está hablando aquí del misterio de nuestro bautismo. Cuando el agua fría fluyó sobre nuestras cabezas y el sacerdote dijo las antiguas palabras: “Yo os bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, nuestra vida eterna cambió para siempre. Pasamos a ser parte del cuerpo de Jesucristo de una manera radicalmente nueva. Fuimos incorporados a él. Un cristiano bautizado se une íntimamente a Jesús, hasta el punto de que él vive en nosotros y nosotros en él. Otra forma de pensar en este gran misterio es imaginar dos piezas de cera derretida fusionándose. Ése es el trasfondo teológico del que habla San Pablo. Intensificaría este significado en su Carta a los Gálatas, cuando escribió: “Vivo yo, ya no yo; vive Cristo en mí”. (Cf. Gálatas 2:20).

La meta de la vida cristiana, por lo tanto, es permitir que la vida de Cristo sea vivida a través de mí en el mundo. A las personas que vivieron una vida tan heroica como la de Jesús, ahora les llamamos santos. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que asumieron el gran desafío de seguir a Jesús con todo su corazón, mente y fuerzas, y recibieron el don supremo del Cielo. Nos recuerdan que estamos hechos para Dios. Nuestros corazones siempre estarán inquietos sin una relación con El. Ahora bien, a medida que avanzamos en nuestra vida desde la Iglesia, debemos preguntarnos ¿cómo queremos ser recordados? ¿Vivo mi vida como un tonto egoísta, pensando sólo en mis necesidades, pensando en cuánto dinero puedo ganar, cuántas joyas puedo usar o que tan maravilloso luce mi cuerpo? Podemos vivir una vida centrada en esas cosas, absolutamente. O más bien, ¿caminamos por el camino estrecho y seguimos a Jesús con más noble pasión y amor? La elección siempre será nuestra. No hay mayor recompensa en este mundo que dar la vida por Jesucristo. Cuando llegue el día de mi funeral, espero que alguien diga: “Hombre, ese Padre Brian… seguro que amaba a Jesús”. Ese sería el mayor cumplido que alguien podría dar.

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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