DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

“¡La iglesia está llena de hipócritas!” Muy seguido escucho esta acusación de personas que no asisten a Misa con regularidad. Simplemente asiento con la cabeza, sabiendo que yo mismo soy el mayor hipócrita de todos. El mal testimonio de los Cristianos es un gran misterio cuando se pone uno a pensar en eso. Profesamos que seguimos el “camino estrecho” de Jesucristo, quien es Dios manifestado en carne. Quien nos llama a amar heroicamente entregando la vida propia, en la manera de su propio ejemplo sangriento de la cruz del Calvario. Con frecuencia estamos lejos de alcanzar esta elevada norma celestial. Nuestros familiares y amigos, no cristianos, ven intuitivamente la falta de armonía de tal vida. Dicen: “Adoras a Jesús el domingo, pero durante los demás días de la semana tu vida se parece más a la de Satanás”.

“Padre, No me quisiera en su iglesia, si supiera lo que he hecho”. Esta es otra razón común con la cual me encuentro, como explicación por lo cual no asistir a Misa. Este tipo de persona está más cerca del Reino de Dios de lo que piensan. El corazón palpitante del Cristianismo no es la perfección sino la humildad. Podemos creer erróneamente que nuestras vidas tienen que estar en completo orden antes de atrevernos siquiera a acercarnos a Jesucristo. Esto es absolutamente falso. Jesucristo quiere personas que estén cansadas de intentar saciar la sed eterna, con el agua salada terrenal.

En la lectura del Evangelio de este domingo, vemos esta dinámica misericordiosa a primera mano: Entonces Jesús les dijo: "Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él''. (Cf. Mateo 21:31-46). Los recaudadores de impuestos y las prostitutas eran los mayores pecadores de esa época. No sólo eso, sus pecados quedaron al descubierto para que todos los vieran. Todos sabían que eran pecadores. Sin embargo, son precisamente estas personas quienes se convirtieron en los primeros discípulos de Nuestro Señor. Cuando se vive en la oscuridad duran te tanto tiempo, la luz de Jesucristo penetra más agudamente. Estos recaudadores de impuestos y prostitu- tas tenían lo que los “primeros sacerdotes” no tenían humildad. Somos una obra en Progreso. Podemos creer fácilmente la mentira de que tenemos que ser perfectos antes de poder siquiera entrar a una iglesia. No aquí en Santa María. Aquí queremos pecadores, que deseen ser santos.

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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