DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

Si últimamente te has mantenido al día con las noticias, estás al tanto de la trágica situación que se está desarrollando en Israel en estos momentos. El sufri- miento es indescriptible, casi inimaginable. El conflicto parece estar a punto de extenderse a otros países de Oriente Medio. Mientras tanto, la guerra sigue haciendo estragos en Ucrania. China pone sus ojos en Taiwán. Mientras tanto aquí, muchos dificultan por pagar las fac- turas. Los problemas de nuestra vida cotidiana aún per- sisten. La humanidad parece decidida a destrozarse a sí misma. Sin embargo, en medio de estas furiosas tormen- tas que se arremolinan a nuestro alrededor como un tor- nado de lágrimas, ¿pueden oír la voz de nuestro Padre Celestial? Es un susurro diminuto y tranquilo. Si no te- nemos cuidado, podemos perderlo fácilmente. ¿Lo reco- noces? ¿Puedes distinguirlo de la cacofonía de gritos y llantos de nuestro quebrantamiento?

"Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera", escribió magistralmente San Agustín en su autobiografía del siglo IV, Las Confesiones, después de un encuentro con Jesucristo. "Tu brillaste, Tu resplan- deciste y disipaste mi ceguera. Soplaste Tu fragancia sobre mí. Respiré y ahora jadeo por ti. Te he saborea- do, y ahora tengo hambre y sed de más. Me tocaste, y ardo por Tu paz". ¡Este gran santo escuchó la voz!

¿Qué es lo que dice? Se encuentra en la lectura del Evangelio de este domingo. Jesús nos da la parábola del Rey que desea organizar un banquete de bodas para su hijo. Les dice a sus sirvientes que salgan y llamen a los invitados a la recepción. Pero, lamentablemente, se niegan a venir. Luego les dice a sus sirvientes que am- plíen la invitación saliendo a las calles. El significado de la parábola es absolutamente claro. El "banquete de bo- das" no es otro que el Cielo mismo. Los siervos son sus profetas y sacerdotes, que salen invitando a toda la hu- manidad a asistir. Sin embargo, están distraídos con otras tonterías del mundo. Lamentablemente no recono- cen la voz.

En este mismo momento, Jesús nos está llaman- do. Debemos responder a su llamado. No te concentres en las tormentas. Más bien, detente, ora y escucha. Dios nos está hablando.

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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