DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

Tarde o temprano, el sabio reflexionará: “¿Quiénsoy yo?” Es una pregunta fantástica. "¿Quién soy?" La forma en que alguien responde esa pregunta determina el curso y la dirección de su vida. Afecta las decisiones que tomo, lo que hago con mi tiempo y cuales valores me esfuerzo por vivir. Por ejemplo, si digo que mi identidad más profunda es que soy un esposo y padre amoroso, eso cambiará la forma en que paso mis viernes por la noche. Ya no puedo simplemente ir al bar y emborracharme o ir a discotecas con mis amigos. No puedo simplemente gastar mi dinero sin pensar en mis responsabilidades. Como esposo y padre, mi deber ante todo es el bienestar de mi esposa y mis hijos. Los viernes por la noche giran en torno a ellos, del mismo modo que la Tierra gira alrededor del sol.

De tal modo que, de nuevo, debo preguntar: “¿Quién soy yo?” Si simplemente sigo lo que me dice el mundo pagano, la respuesta a esa pregunta no será nada espectacular. Simplemente soy, según mi profesor de biología de la escuela, soy un primate evolucionado. Soy un mono inteligente con un iPhone. Soy un subproducto dentro de un universo caótico, carente de significado o planificación. En el mejor de los casos, soy un accidente cósmico que repentinamente surgió de la existencia consciente. ¿Quién soy? No soy nada. Si respondo a esta pregunta de esa manera, el propósito de la vida se vuelve miope y totalmente egocéntrico. No tiene mayor significado que lo que digo que es. Me atrevo a decir que una visión así de la vida nunca satisfará el anhelo del corazón humano. Estamos creados para más y lo sabemos.

Pablo, en nuestra Segunda Lectura en la Misa de este domingo, nos da una respuesta alternativa a esta pregunta fundamental: “Pero a ustedes, hermanos, ese día no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las tinieblas.” (Cf. 1 Tesalonicenses 5:3-6). Él nos recuerda nuestra verdadera identidad. No somos monos inteligentes, carentes de significado. Más bien, la verdad sobre quiénes somos es más radicalmente extravagante de lo que podamos imaginar. Somos hijos e hijas de nuestro Padre Celestial. Este Padre nuestro creó el universo entero. Ahora anhela darnos algo aún más grande, el Reino, la nueva Jerusalén Celestial. Envió a su propio Hijo a morir por nuestros pecados, por amor puro a nosotros, para que podamos compartir la vida eterna con la Santísima Trinidad. Al responder esa pregunta de esta manera, observen cómo cambia el curso de nuestras vidas.

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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