DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

No hay nada más hermoso que estar al lado de la cama de un cristiano lleno de fe ante su muerte in- minente. La sensación de la presencia de Dios llena la habitación. En el dolor sofocante y las lágrimas que acompañan a la muerte, una esperanza palpable atraviesa la oscuridad como un resplandor de luz solar. La causa de nuestro gozo no son simplemente los pensamientos positivos o los pensamientos de felicidad. Más bien, el cristiano que sufre su luto en la fe está arraigado en la promesa de Jesucristo: “No se turben; crean en Dios y crean también en mí.” (Cf. Juan 14:1). Cuando escucho estas reconfortantes palabras de Jesús, inmediatamente pienso en uno de nuestros feligreses que falleció de cáncer hace casi un año. Mi teléfono sonó a las 6 de la mañana, despertándome de mi sueño. “Padre, ella no tiene mucho tiempo... ¿puedes venir?” dijo la voz al otro lado de la línea. Para mi sorpresa, cuando llegué, la sala ya estaba lle- na con otros fieles feligreses, su cónyuge y los hijos ya adultos. Comenzamos las antiguas oraciones de los Satos Oleos, las mismas oraciones que usted y yo escucharemos cuando llegue nuestro momento, si tenemos la oportunidad de llamar a un sacerdote.

Ante los ojos del mundo, este momento no tie- ne más significado que el fuerte ruido de una vida ahora extinguida. No para nosotros los cristianos. La muerte no tiene la última palabra. Jesucristo ha vencido la muerte a través de la cruz y ha resucitado de entre los muertos. Compartimos esta victoria a través de nuestro bautismo. Por eso, en este tercer domingo del santo Adviento, los colores han pasado del morado al rosa glorioso. A este día lo llamamos Domingo Gau- date, en latín significa “¡Regocíjate!”

Todos llevamos pesadas cruces en nuestras vidas personales debido a traumas pasados, relaciones rotas, enfermedades y simplemente la crueldad humana. De hecho, incluso en la Iglesia misma, enfrenta- mos tremendos desafíos a nuestro alrededor, impuestos por algunos de sus miembros a quienes se les ha confiado su cuidado. Las tormentas son desalentadoras e implacables. Es durante estos tiempos que debe- mos recordar que nuestra esperanza se basa únicamente en las palabras de Jesucristo. El prometió estar con nosotros para siempre, hasta el fin de los tiempos.

Vuelva a leer la Segunda Lectura de San Pablo que tenemos en la Misa de este domingo: “Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.” (Cf. 1 Tesalonicenses 5,16-18). “En todas las circunstancias” nos dice; no sólo cuando los tiempos sean felices. Debemos regocijarnos incluso cuando todo parece derrumbarse sobre nuestras cabezas. Nuestro gozo, nuestra esperanza, se basa en Jesucristo. Nada más; nada menos.

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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