DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

Cada año, el Miércoles de Ceniza comienza con un chequeo intestinal: "Conviértete y cree en el Evangelio". Esa es la frase que te dice el sacerdote mientras te pone cenizas en la cabeza, en ese gesto milenario de dolor y contrición que se remonta a miles de años atrás. El drama de la salvación humana, desde el principio con Adán y Eva, hasta Abraham, Moisés, todos los profetas de la antigüedad, culminando en el envío desprevenido de su hijo Jesús a morir en la cruz, es una de la búsqueda incesante de Dios de cada uno de nosotros. El cristianismo, a pesar de toda su pro- fundidad y riqueza, se puede resumir en ese simple hecho el poderoso amor de Dios. Importamos más de lo que podemos imaginar. Sin embargo, a pesar de esta verdad penetrante y transformadora, fácilmente lo olvidamos. Permitimos que las distracciones deslumbrantes de las seducciones mundanas saquen a Dios del lugar que le corresponde en nuestras vidas. Se nos ordena, en términos inequívocos, que "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (cf. Deuteronomio 6:5, cf. Ma- teo 22:37). Todos fallamos aquí, hasta el más santo de los santos lo hace.

Cada Cuaresma, comenzamos de nuevo. Entramos en el desierto con Jesús, quien ayunó y oró en soledad durante cuarenta largos días. Él salta al corazón de la batalla espiritual que se enfurece en todos nuestros corazones. El matemático, inventor y brillante escritor católico francés del siglo XVII, Blaise Pascal, bromeó famosamente: "Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación". La quietud de la quietud revela la guerra interior. Vemos el constante tirón entre seguir a Dios o no. ¿Debo ceder a la tentación o no? ¿Debo orar u ocuparme con la cacofonía de distracciones que acechan mi mirada? El silencio nos incomoda porque nos lleva a verdades más profundas, si nos atrevemos a ponderarlas. La Cuaresma es uno de esos tiempos.

Sepan de mis oraciones por cada uno de ustedes. Es mi deber solemne como su sacerdote y pastor ofrecer oraciones en su nombre. En esta Cuaresma, mi esperanza es simple: tu amor por Jesús crecerá. No importa cómo hayas caído o fracasado en tu caminar con el Señor este último año, la Cuaresma es un tiempo para que comencemos de nuevo. “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (cf. Rm 8, 28).

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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