DESDE EL ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María,

Si le preguntaras a una persona desconocida en la calle, que es lo primero que le viene a la mente cuando piensa en el cristianismo, ¿qué diría? Probablemente obtendríamos muchas respuestas típicas: amor, amabilidad u otras palabras similares. Es probable que también obtengamos respuestas como "reglas" y "normas". Para muchas personas en el mundo y, de hecho, para muchos de nosotros, a veces podemos pensar que el cristianismo es una religión de "no". No hagas esto. No hagas aquello. Si haces esto, irás al infierno. El catolicismo siempre se interpone en el camino de la libertad. De hecho, podemos caer fácilmente en esta mentalidad restrictiva. Si bien las "reglas" y las "normas" son absolutamente críticas en nuestra fe, primero debemos apreciar quién es Dios. De lo contrario, Dios siempre será una carga entrometida para nosotros. Si primero comenzamos con lo que se debe y lo que no se debe hacer, nos perderemos el destino más grande y mucho más glorioso por el cual fuimos creados.

 La lectura del Evangelio de este domingo revela la verdad más profunda de quiénes somos realmente. En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer.” (Cf. Mateo 11, 25-27). ¡Esta gente “sencilla” de la que habla somos nosotros! Jesús, en esta ventana íntima en su corazón y en oración, está intercediendo por nosotros. Él da gracias a Dios por el generoso regalo que quiere darnos. Esta “voluntad misericordiosa” de darnos “todas las cosas” no es otra cosa más que el Reino universal de Dios. Él está hablando del Cielo mismo por toda la eternidad. Esto es lo que Dios tiene reservado para nosotros. Él no quiere limitar nuestra libertad o felicidad aquí en la tierra. Él está tratando de elevar nuestros corazones para amar las cosas que son verdaderas, hermosas y eternas.

 Las reglas y normas que Él establece para nosotros, son para nuestro mejoramiento. Al igual que cualquier madre y padre amoroso que tiene reglas para sus hijos, Dios hace lo mismo por nosotros. Somos sus hijos e hijas. Él no quiere nada más que nos unamos a Él en el cielo. Pero muchas veces lo que sucede a lo largo de toda la historia de la Salvación comenzando con Adán y Eva, hasta el Antiguo Testamento cuando resucita al pueblo judío, siempre elegimos cosas menores que nos hacen daño. Elegimos el pecado. Dios odia el pecado porque nos destruye a nosotros y a nuestras familias. Por eso San Pablo en la Segunda Lectura les recuerda a los cristianos del primer siglo que vivían en Roma que “Entonces, hermanos, no vivamos según la carne, pues no le debemos nada. Si viven según la carne, necesariamente morirán; más bien den muerte a las obras del cuerpo mediante el espíritu, y vivirán.” (Cf. Rom 8, 11-13). Él los está llamando a lo más alto. Estamos hechos para el Cielo.

Un Esclavo de Jesucristo,

Padre Brian J. Soliven

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