Desde El Escritorio del Párroco

Cada vez que un sacerdote cambia de asignación parroquial, puede ser abrumador. Afortunadamente, tengo la ventaja de que mis padres viven a solo 50 minutos en Elk Grove. Cuando llegué el jueves 30 de junio por la tarde, ellos felizmente me ayudaron a mover mis cajas a la antigua habitación del Padre Berg. Incluso unos feligreses generosos de mi parroquia anterior en Portola me ayudaron a traer algunas de mis pertenencias. Mientras desempacaba, me sorprendió ver cuánto acumulé durante los últimos seis años en las montañas de la Sierra.

 Lo que dificulta la transición a una nueva parroquia no es solo adaptarse a una nueva situación de vida, sino también “conocer” la parroquia. Cada parroquia tiene su propia cultura, historia y manera única de hacer las cosas. Los cientos de caras nuevas que he conocido desde que llegué pueden ser fácilmente una confusión mientras me esfuerzo por aprender sus nombres. Si parezco un venado encandilado por la luz de los faros, probablemente es porque a menudo me siento confundido y aturdido, sin saber qué tarea abordar enseguida. Afortunadamente, el personal y los voluntarios de la parroquia de Santa María son increíblemente buenos en su trabajo. Han estado guiando pacientemente al Padre Reji y a mí, siempre diciéndonos qué se debe hacer a continuación y a dónde tenemos que ir enseguida.

 Durante los próximos meses, me imagino siendo un humilde observador y estar en modo de escuchar. Mi deseo es conocerlos y que ustedes me conozcan a mí. Y eso, mis queridos amigos, siempre llevará tiempo. Como dije en mi primera homilía el fin de semana pasado, vengo sin trucos, sin agendas secretas o programas especiales. De hecho, no espero traer nada nuevo. Simplemente quiero ser un sacerdote fiel de Jesucristo y proclamar Su Buena Nueva. Durante mis cuarenta y dos años de vida en la tierra, me he dado cuenta de que la fe católica es el regalo más espectacular que se dado a la humanidad. Sí, incluso teniendo en cuenta nuestros defectos humanos. Dentro de su cofre del tesoro contiene la plenitud del mismo Cristo. ¿Dónde más podemos encontrar una realidad tan brillante? Es como mirar directamente a la aureola del sol. Mi tarea es señalarle para dónde mirar. El obispo, San Agustín, escribiendo en el siglo IV, bromeó sobre la fe católica: “La verdad es como un león; no tienen que defenderlo. Déjenlo libre; se defenderá solo.” Quiero liberar a este león. La única pregunta es ¿cómo?

 Jesús siempre desea lo mejor para nosotros. Él nunca deja de llamarnos a una comunión más profunda con él. El gran reto es aprender a escuchar su “vocecita apacible” en la disonancia del ruido que llamamos el mundo moderno. Muchas voces nos gritan que los sigamos. El discípulo Cristiano, sin embargo, debe entrenarse para reconocer su voz. Sólo en la humildad se puede hacer esto. Sólo en la oración se le puede escuchar.

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