ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María:

Todos queremos la felicidad. Es la verdad universal, que cruza todas las fronteras nacionales, culturas, estatus económico y religiones. No podemos elegir de otra manera. Todas las decisiones que tomamos cada día, desde la más pequeña hasta la más grande, todas se relacionan de alguna manera con este objetivo. Incluso el mero hecho de levantarse por la mañana para ir a un trabajo que no nos gusta, por ejemplo, se hace para alcanzar la felicidad. El trabajo me permite ganar un sueldo. El cheque que gano me permite pagar mi hipoteca. La hipoteca me brinda un lugar cálido y seguro para dormir y criar a mi familia. Dormir y estar con mi familia me hace feliz (¡al menos cuando no me están poniendo de nervios!). Todos deseamos ser felices. Muchos de nosotros lo hacemos nuestra meta de vida. Sin embargo, para el discípulo cristiano, este tipo de felicidad no puede ser nuestro principal objetivo. Este tipo de felicidad siempre dependerá de nuestras circunstancias. Nuestra experiencia de vida nos dice que no podemos controlar todos los eventos de nuestras vidas, por mucho que lo intentemos. A menudo nos sentimos frustrados y, a veces, incluso amargados con nuestras vidas. Necesitamos una mejor definición de lo que es felicidad.

Afortunadamente, la Iglesia tiene una respuesta profunda. El Padre Robert Spitizer, quien era el presidente de la Universidad de Gonzaga en Washington, ha realizado un trabajo brillante sobre este tema. Escribió un libro completo explorando la felicidad, titulado Encontrando la Verdadera Felicidad: Satisfaciendo Nuestros Corazones Inquietos. El Sintetiza brillantemente las enseñanzas de los antiguos filósofos griegos como Platón, Aristóteles y los grandes teólogos católicos de la Iglesia primitiva como San Agustín y Santo Tomás de Aquino. Podemos pensar en la felicidad en cuatro niveles. El primero (1) es el “placer”, que se basa en nuestros apetitos y pasiones sensuales, como comer un bistec delicioso o conducir una camioneta grande y bonita. Hay un nivel de euforia que sentimos al nivel de la felicidad, pero de corta duración. El segundo (2) nivel de felicidad es más complejo, llamado “felicidad comparativa del ego”. Involucra mis habilidades superiores, como dominar una habilidad. Elevarse uno mismo es el objetivo principal. Siento una profunda sensación de logro cuando gano mi cinturón negro en jiu jitsu, después de años de entrenamiento. Sin embargo, puede crear una sensación de comparación con los demás y un sentido de envidia, temor al fracaso y aislamiento pueden surgir, al sentir que otros tienen más talento que yo.  El tercer nivel de felicidad se llama “felicidad contributiva”. Esta forma superior va más allá de nuestro mero ego, el cual caracteriza a los otros dos. En este nivel, buscamos el bien de otras personas. Nos esforzamos por marcar una diferencia positiva en la vida de quienes nos rodean. Nos enfocamos en el amor abnegado, la familia y la comunidad en general. En otras palabras, nuestra vida, es el bien mayor, no la elevación de mis propios deseos. El cuarto y último nivel se llama “Felicidad trascendente”. Esto llega a lo más profundo del corazón humano, de donde fluye nuestro deseo por las cualidades eternas de la verdad, el amor, la justicia y la belleza incondicionales. Aquí yace el significado máximo. La felicidad en este nivel es más inmediata y se desvanece como el primer nivel. Mis circunstancias ya no afectan el centro de mi ser. La felicidad aquí perdura a través de la oscuridad, impregna las montañas y los valles de la vida y se extiende profundamente como el Océano Pacífico.

El cristiano busca aquí su felicidad. De hecho, para nosotros, esta felicidad incluso tiene un rostro: Jesucristo. ¿Ves ahora por qué el ciego en el evangelio de este domingo se alegró? Nuestro Señor le preguntó: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?" Jesús le dijo: "Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es". Él dijo: "Creo, Señor". Y postrándose, lo adoró. (Cf. Juan 9, 34-38)

Un Siervo de Jesucristo,

Brian J. Soliven

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