ESCRITORIO DEL PÁRROCO

Estimados Feligreses de Santa María:

El domingo pasado en mi homilía, compartí la historia de dos de nuestros feligreses más nuevos, Zachary y Justine (La foto en la portada del boletín es de su boda el sábado pasado). Como muchos de nosotros, ellos llevan enormes cargas sin que las personas que les rodean lo sepan. En dichos momentos, clamamos a Dios, pidiendo ayuda. Sin embargo, a menudo nos encontramos con un silencio desgarrador. Continuamos con nuestra rutina diaria, sin saber a dónde dirigirnos. Esto hace que la historia del Evangelio de este domingo de María y Marta sea tan absolutamente humana. Ellas son nosotros y nosotros somos ellas. Escuchamos en la lectura, que una muerte en la familia sucedió trágicamente. Jesús llega e inmediatamente le gritan: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.”  (Cf. Juan 11:21). ¿No le decimos todos esto a Dios en nuestra hora más oscura? Nos lamentamos desde lo más profundo de nuestro corazón rogándole que actúe y sin embargo no pasa nada. Absoluto silencio ¿Solo estoy hablando conmigo mismo?

 Es aquí en este momento cuando la tentación de creer la mentira de la “serpiente” que pronuncio al oído de nuestros primeros padres en Génesis 3:1, “¿De verdad dijo Dios…?” Desliza la duda en nuestros corazones, de que Dios no es confiable. Nos engaña para que creamos que Dios nos ha abandonado. Que Dios es indiferente a nuestro dolor. Tiene otras cosas más importantes que hacer. Más aún, trata de hacernos creer ultimadamente que Dios no es nuestro Padre amoroso. Sin embargo, a pesar del dolor de perder a su hermano, Martha no permite que el sufrimiento destruya su fe. En cambio, confía heroicamente, aunque no comprende completamente el plan de Dios. Ella se muestra resuelta: “Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.”. (Cf. Juan 11:22). ¡Mira su fe! Ella se queda con Jesús en su dolor.

 Cuando Jesús se acerca a la tumba de Lázaro, algo espectacular sucede enseguida. Se nos dice que “Jesús lloró”. (Cf. Juan 11:35). Este es el versículo bíblico más corto de toda la Biblia. Su significado eclipsa su brevedad. Aquí está Dios en la carne mirando directamente al mayor temor de la humanidad. De pie cara a cara con la muerte misma, Jesús hace algo extraño: llora. Esto nos muestra que Dios no es indiferente a nuestra situación. De hecho, Dios está más cerca de nosotros cuando pensamos que hemos sido abandonados. En otras palabras, Dios entra en nuestro sufrimiento con nosotros. La curación duradera que buscamos solo se puede encontrar en el mismo sanador divino, Jesucristo. Esta es precisamente la razón por la que viene.

 Cuando Justine y Zach entraron a nuestra parroquia un domingo al azar para asistir a Misa, se encontraron con este poder sanador de Cristo. Una llama se encendió en sus corazones en esa Misa, que cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre. Tuvieron la bendición de matrimonio en la Iglesia y ahora Zach será bautizado, confirmado y recibirá su primera Comunión en esta vigilia de Pascua.

Un Siervo de Jesucristo,

Brian J. Soliven

Previous
Previous

FROM THE PASTOR’S DESK

Next
Next

ESCRITORIO DEL PÁRROCO